Hacer que parezca un accidente es un arte menor cultivado por sicarios de medio pelo y otros autores plebeyos. Hablo de la muerte conjugada en singular, del incendio a medida y otros subgéneros de la literatura de actuario. La expresión más refinada de esa disciplina es patrimonio del poder. Y cuanto más tecnocrática y burocrática es la autoridad, más grandes son sus obras.
En los estados modernos casi todo lo malo parece suceder porque cosas sin rostro ni domicilio habitual, como los mercados, la inflación o el déficit, producen efectos imprevisibles. Todo tiende al qué le vamos a hacer si las cosas son así. Hay terremotos, subidas de tipos de interés, epidemias de gripe, gotas frías, incrementos de la criminalidad, auroras boreales... Lo que manda dios.
Y esa deshumanización del arte de complicarle la vida a la gente, que hasta no hace mucho era ajena a la aspereza asertiva de las explicaciones militares, ahora viste también de camuflaje. Que los ejércitos cambien sus puntos de mira por puntos de vista puede parecer buena noticia, pero no lo es. Igual que no trajo nada bueno que los curas se quitaran la sotana y vistieran de calle, porque desde entonces no los vemos venir de lejos.
El caso es que la armada de Estados Unidos lleva tiempo invirtiendo en el desarrollo de drones (aviones sin tripulación) capaces de operar por sí mismos, sin control humano. Vamos, que no son teledirigidos como los de ahora, sino listos. Muy listos. Hace un par de meses probaron el X-47B cerca de Chesapeake Bay, y da miedo ver cómo despega y aterriza por su cuenta en un portaaviones.
Parece ser que el artilugio sabe tanto que sólo tienes que decirle de qué se trata y él se busca la vida para hacerlo. Y claro, mucha gente partidaria de que cada palo aguante su vela se pregunta cosas. Como Noel Sharkey, un científico experto en robótica citado por el diario Los Angeles Times, que dice: “Las acciones letales deberían tener una cadena de responsabilidad clara. Eso es difícil con un arma robótica. No se puede hacer responsable al robot. Entonces, ¿fue el comandante que lo usó? ¿El político que dio la autorización? ¿El protocolo de compras del ejército? ¿El fabricante, por servir un equipo defectuoso?”.
Vamos, que no queda claro si se le pueden pedir cuentas siquiera al maestro armero. Con lo que hacer mixtos una sede de la ONU o una escuela o un mercado o un bosque tropical se convierte en lo que viene siendo un imponderable, como la fiebre porcina, los tsunamis y el desempleo. Manda huevos.
A mí los imponderables no me parecen ni mal ni bien cuando son cosa de la naturaleza, pero cuando sólo se producen si alguien firma, paga, ordena o cobra, ya no los veo tan imponderables. Y digo yo que no es asunto baladí cuando el azar va de bombas hasta las trancas.
Yo quiero gente que apechugue, interlocutores válidos, cuentas claras. Algo tipo democracia real, aunque sólo sea como punto de partida. Y si puede ser —que puede—, sin armas.
Pero la cosa no pinta bien. En los últimos cinco años España ha triplicado sus beneficios por la venta de armamento. El mercado mundial de inventos para hacer daño ha crecido un 24% en el mismo periodo. Las cosas públicas suceden cada vez más porque ocurren o sobrevienen. Y sobrevenir rima con sobrevivir, que es el infinitivo del nuevo estado del malestar.
Así las cosas, votar a gente con querencia a los cargos, los asesores, los coches oficiales, las pistolas, los secretos y los imponderables —ya sea en urnas de Luisiana, de Andalucía o de Asturias— da pereza.
2 comentarios:
Tienes la inteligencia del hablar bajito y el ensordecedor grito de quién cree que lo que nos hace humanos no es lo que nos separa de las bestias, sino de aquellos otros que han hecho de lo fuerte, en lugar de lo más apto, su particular versión de la supervivencia. Tal vez en este tiempo convendría no hablar ya de la ruina de la historia, sino de los ruines de la historia... si es que es tiempo para hablar, que esa es otra historia.
Tienes toda la razón. "Los ruines de la historia": ahí está el meollo. Y supongo que siempre es tiempo para hablar... mientras se actúa. Gracias por leer, César, y sobre todo por escribir (sigo y admiro La senda del demiurgo).
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