6/10/13

Mini Jobs

La resignación, como el salario bajo, es una de las pocas cosas del pueblo llano que gustan mucho a los poderosos. También están la rumba y la morcilla, pero en un segundo plano, más como materia de opinión que como pasión unánime.

La resignación es una suerte de masoquismo sin placer. Ahí se ve la mano de la Iglesia, presta siempre a quitarle dulce a la miel, orgasmo al coito, plata al denario y razón a la razón. Vamos, que no te gusta, pero te dejas hacer, porque total... Y así todo el rato.

El paradigma de la resignación es el santo Job. Ni ruina ni sarna ni insultos ni ataques ni esposas que le dejan ni hijos que le matan merman su fe. Es un hombre recto, que es una de las cosas mejores que puede ser un hombre. Y eso que "recto" es un concepto contranatura. Nada más ajeno a la naturaleza que la línea recta: todo lo vivo es curvo, plástico y voluble. Pero Job era recto, como si se hubiera tragado un paraguas. Eso a la Iglesia le gusta mucho, porque cuando vendes humo a granel tienes que huir hacia adelante, y desde ese punto de vista no hay mejor manera de alabar la obra de Dios que enmendarle la plana.

Pero no cabe duda de que el Libro de Job encierra una enseñanza valiosa y de plena actualidad.

Desde hace un par de años el poder es muy fan de los empleos birriosos de quince horas semanales y cuatrocientos euros al mes. Y el eje de su discurso viene a ser que un trabajo basura es mejor que nada. De lo que se deduce que hay que callarse y apechugar.

Pero, sea por ignorancia —que la hay—, sea por mala intención —que también—, a lo que se refieren es a un plan de más enjundia. No es casualidad que esos contratos precarios se llamen mini jobs. Porque con eso sueñan los que apuestan con nuestro dinero, y ganan, en la ruleta de la crisis: con una sociedad compuesta de pequeños Jobs, resignados, mansos, rectos, blandos. Jodidos, pero contentos.

Y ya que el ciudadano se muestra remiso a ser súbdito de súbito, y no se traga el paraguas por sí solo, para que sea recto se lo están alojando ellos en este último. Bien que empujan.

Lo de "mini" Jobs también hace referencia a que ni siquiera tenemos talla dramática suficiente para salir en un pedazo de long seller como la Biblia. Con ser extras en un Excel de Office'97 vamos que nos matamos.

Se ha hablado mucho de la línea que separa el bien del mal, pero poco de la que los une. Dios dio su venia expresa a Satanás para poner a prueba a Job, haciendo de él lo que quisiera, salvo matarle. Nadie sabe si le dio permiso por una línea fija, por WhatsApp o con un mensaje directo de Twitter, pero queda claro que estaban en contacto, y eso no deja en buen lugar a ninguno de los dos.

En materia de empleo, sanidad, educación y libertades, no te puedes fiar de nadie que tenga un despacho medio grande. Y eso ha sido así desde que Dios puso a Adán y Eva de patitas en la calle sin finiquito. Digan lo que digan, la resignación es una paciencia caducada que sólo gusta a los ministros. Y a todos nos ha mermado la fe en estos años. Mucho.

Así que vamos a lo que vamos: si de puro rectos ya estamos tiesos, ¿para cuándo una oleada de curvas que inunde las calles?

4/5/13

El mensaje oculto del PP

El bambú amarillo crece deprisa. Casi un palmo diario. Y a trechos tiene códigos de barras escritos con tinta verde por un calígrafo chino. Seguro que en esas líneas está toda la información de este universo. Puede que hasta el precio.

Ignoro si a los cabalistas les gusta más el bambú o la ternera con brotes de soja, pero comparto su pasión por buscar significados ocultos en las cosas más peregrinas.

El otro día, sin ir más lejos, vi en televisión a María Dolores de Cospedal. Donde esté el humor que se quiten los deportes. Era uno de esos monólogos que hace para periodistas, con atril en vez de taburete y con risas de primera presión, no enlatadas. Quizá porque no estuvo tan graciosa como otras veces, tuve un déficit de atención muy grande y me fijé en el logotipo que tenía detrás. Ponía "populares", al lado del pollo volando sobre fondo azul-gente-de-orden. Y mi cabeza empezó a lucubrar.

Populares...

Las permutaciones de esas nueve letras debían de tener algo que decirle al mundo. En algunas de ellas podía haber un mensaje acerca de lo más profundo del partido, de su ánimus, de su ánima, de su sombra.

Así que me puse a estudiar la cosa con afán de conocer. Y, por qué negarlo, con un ánimo de venganza de andar por casa.

No aburriré al lector con una relación pormenorizada de los resultados obtenidos. Fue una tarea larga y tediosa, minuciosa y solitaria. Un cuartito de hora largo.

Someto a su buen juicio solo algunos hallazgos significativos:

Pues parlo. 
Como quien dice "ya lo explico yo", se mete en un jardín simulado y revela una caca en diferido.

Parlo Sepu.
Un idioma como de baratillo. Quien calcula parla en Sepu.

Será pulpo.
Animal de compañía. Rollo "porque yo lo digo".

Pule prosa.
Un mensaje imperativo del superyó. Infructuoso.

Popularse.
Verbo reflexivo. Engolfarse con la austeridad a terceros, la unidad de España como coto, los derechos del cigoto y la maldad de Zapatero.

Opus perla. 
Ya no las lucen, pero las llevan en el alma. El floripondio de solapa no oculta las perlas de La Collares. Alegría en el desahucio; alegría en el desempleo.

Pulso pera.
Que late en la muñeca derecha. Esos jerseys en los hombros. Esos pañuelos de Hermés. Esos dúplex en Marbella. Esos sobres apoyaos en la cadera.

Preso lupa. 
Hay que mirar con cuidado dónde hace mejor servicio a España cada uno: en la cárcel o en Suiza.

Suprapelo.
Pelo bueno, de genoma bien comido. Y el cardado espectro de la Thatcher.

Superpalo.
Cada viernes, por televisión. Y en los lomos si te quejas.

Superlapo.
En toda la cara. Para casi todos. A ver si aprendemos a respetar las mentiras con corbata. Y a vivir del aire, coño ya.

Paro suple.
Y tanto que suple. ¿Por qué devaluar la moneda pudiendo devaluar a las personas? Eso es así.

Puso lepra.
O tuberculosis. O lo que mande Dios. ¿Quieres ir al médico? Pues no seas pobre.

Lapso puré.

De patata. La nueva dieta mediterránea. Y por mucho tiempo, si no caemos en la cuenta de que ahora los mamelucos no vienen de Francia y a caballo.

18/4/13

Rajoy no puede ser un gran día; plantéatelo así

A veces pienso que lo mejor sería exiliarme, pero como no hablo francés y todavía no me persiguen por mis ideas políticas, sino por no ser un banco suizo, me conformo con hacer una fideuá de calamares y regar la planta del dinero. Con agua, se entiende.

De todas las cosas que aprendí cuando Alaska aún no le encargaba los sujetadores a Calatrava, la que dejó una huella más profunda en mi formación moral fue el modo correcto de diluir el Nesquik para evitar los grumos. Todo lo que vino después no hizo más que reafirmarme en la idea de que en la vida casi todo es un tira y afloja de dos ingredientes que tienen intereses dispares.

Puedes negociar, convertirte en Jack el Destripador o retirarte a tus aposentos. Puedes ir más allá de la engañosa dualidad, en busca del Tao o de cualquier otro chino abierto. Puedes emprender el camino de regreso a Rebis, el hermafrodita original que miraba a Dios a la cara, si tienes un seguro médico privado que cubra la transmutación en la clínica Mayo. Pero siempre acabarás dándote de bruces con Hegel. Y, si no espabilas, te comerás los grumos. La dialéctica no perdona.

Ahora bien: ¿por qué resulta a veces tan difícil saber quién es quién, quién tira y quién afloja, de qué tiran, qué aflojan y, sobre todo, qué quieren y por qué hacen tanto ruido a la hora de la siesta? Para responder a tales cuestiones hay que remontar el curso del tiempo, adoptar un punto de vista ecléctico y echarle mucho morro. Se hace así:

La historia de la cultura académica es el trágico relato de un intento enternecedor: el de no parecer monos. Enternecedor como el afán infantil de tocar la luna con la mano. Trágico por lo que tiene de rebelión contra un destino irreversible.

Al fino córtex cerebral que reviste nuestros sesos —esa especie de preservativo XXL diseñado por Óscar Mayer y comercializado por Punset— le encanta inventar maneras de complicarse la vida. Y todo lo hace para huir del mono. Como si eso fuera posible. Como si fuera deseable. Pero no. Deseables pueden ser un buen gin-tonic o la fraternidad universal; no huir de lo que somos.

Si no consigues que el mono y el lector que llevas dentro trabajen en equipo, acabas haciendo cosas chungas como reírte poco, hacer listas de sospechosos, despreciar al que no ha leído a Schopenhauer, pegar a la gente, encerrarte en el baño para beber mucho vodka en poco tiempo, intentar despiojar al consejero delegado en una junta de accionistas o escribir La vida sale al encuentro. O sea: mal.

En cambio, cuando consigues que tu lector y tu mono se digan por teléfono eso de "cuelga tú", "no, cuelga tú", "no, tú, venga", te pasan cosas buenas como, por ejemplo, salir del armario, escribir un buen poema, alcanzar orgasmos más intensos, practicar la desobediencia civil, regalar al mundo una vacuna, decir no a un soborno o llorar de risa.

Conozco gente que ha salido del armario. Conozco gente que solo sale del armario de noche para estirar las piernas. Conozco a una persona que salió del armario y volvió a entrar de repente. Eso es un tema muy personal. Pero hay más. Hay gente que no se decide a salir de otros muebles.

El caso más raro que conozco es el de Rajoy. Ese señor tiene cara de no decidirse a salir del bargueño. Y es porque la dialéctica le ha hecho bola. Es como si su mono leyera a Menéndez Pelayo y su lector hurgara en los decretos con un palo para sacar termitas y comérselas. Y claro, el alma le hace extraños.

Daría igual si no fuera porque el bargueño donde vive es patrimonio nacional.

En fin.

Si Mariano Rajoy tuviera una cita con Angela Merkel en Hendaya, llegaría dos horas antes.

Es que ni eso.

26/3/13

Gürtel, EREs y en polvo te convertirás

Me pregunto si lo mejor de ser corrupto es el dinero que ganas o la cantidad de gente que conoces. Porque hay que ver qué catervas de implicados, cuánto cruce de correos, qué contactos molones, cuánto picnic y cuánta francachela.

Si yo tuviera tiempo, una camiseta a la moda, inversores y veinte años, mi start-up sería una red social llamada TrinkedIn. En solo seis grados de enlace, cualquier becario del cohecho nacional se sentiría hermanado one-to-one con la florinata de los lobbies yanquis, con los más selectos mafiosos rusos (esos que usan caviar sterlet como limpiametales y té de uranio como reproche), con Luis El Cabrón, Guerrero Nariz de Acero o el Duque del Periodo de Carencia.

Tal vez, dentro de todo corrupto que saquea las arcas públicas hay un alma solitaria necesitada de calor humano. Los trajes, las putas, el confeti, los aeropuertos peatonales, los palacios, las cigalas, Suiza y la farlopa son meros medios, no fines. Maneras tórpidas de buscar consuelo para algo que va más allá del humano sentimiento de angustia. Modos desesperados de sustraerse al vértigo —tan barroco y español— de saberse ínfimos, absolutamente solos ante la muerte y acosados por la nada.

El sic transit gloria mundi mete presión a los hiperactivos. Y cuando no tienen conciencia y los pones cerca de la caja los acontecimientos se precipitan. Pero, en una sociedad civilizada, que sean unos hijos de puta no es razón para no compadecerse y mostrarles la salida de su confusa aflicción y sus metafísicos quebrantos.

Según mis cálculos, una guillotina cuesta menos de lo que cualquiera de ellos gasta en un fin de semana de huída hacia delante. Y tengo entendido que en el infierno conoces a un montón de gente guapa.

10/3/13

El Papa no es el territorio

San Malaquías, que no era manco, llegó a Primado de Irlanda allá por el año 1140. Lo que no está tan claro es que San Malaquías llegara a escribir la profecía de San Malaquías antes de 1595, que es cuando la publicó, como el que no quiere la cosa, un benedictino belga llamado Arnoldo Wion. La incluyó en su amenísimo libro Lignum vitae, ornamentum, & decus Ecclesiae, de pegote y con una dedicatoria a Felipe II, que no era ni primado de Irlanda ni belga ni Papa, pero tampoco era manco.

La profecía parece ser una serie cronológica de 112 Papas que empieza en Celestino II, muerto en 1144. No da nombres ni fechas, sino un lema alegórico para cada uno. Cosas tipo "sol que da gusto verlo" o "pimentón dulce y un patito". Muy simbólico todo, y muy Nostradamus.

El libro del belga se convirtió en longseller, y muchas personas con barba y conocimientos de latín se afanaron en desentrañar la cosa. Primero para ver si los lemas encajaban bien con los Papas conocidos, pero sobre todo para hacer cábalas sobre los Papas futuros, que, quieras que no, es un asunto goloso. Porque la serie parece incluirlos a todos. Hasta el final. Y lo bonito es que, según la profecía, ahora que ha renunciado "la gloria del olivo" toca elegir precisamente al último de la fila: al que apaga la luz.

Cuando, ya en el siglo XX, ‪Alfred Korzybski‬, que no era ni santo ni manco ni goloso, pero sí polaco, dijo que lo que pasaba es que nos liábamos con las palabras y con el sistema nervioso y eso hacía que tuviéramos una visión de la realidad como cutre y de tontos, sin darse cuenta —porque a él también se le enredaban las palabras con el sistema nervioso— nos dio la clave para sacarle jugo a una pamema como la de San Malaquías y el fin de los tiempos.

Si es verdad que a la Iglesia Católica le queda un Papa —que para su edad es como cuando a alguien le queda un telediario—, lo interesante no es si el apocalipsis está cerca, si Pedro Romano —el último obispo de Roma según la profecía— será Tarcisio Bertone o José Bono, o si la fumata será como siempre o vía Twitter.

Porque el Papa no es el territorio. La cosa está en elucidar cuánta vida ideológica, con Papa o sin él, con Iglesia o sin ella, le queda a las aberraciones centrales de un canon de patrañas que sigue sin dar muestras de cansancio. Porque no usan capelo muchos de los que siguen diciendo que la mejor manera de evitar el VIH es la abstinencia, que los embriones humanos son personas de orden, que antes se toca a un monaguillo que a una célula madre. Y cosas así.

Los cardenales van a elegir su Papa. Nosotros tenemos que elegir otra cosa: poner los medios para acallar ese motete de chupacirios, bederres, falsarios y traidores que aúlla en la cultura, resuena en las leyes, crepita en los impuestos y retumba en nuestras tópicas cabezas de ignorantes, o resignarnos a soportar el oficio hasta el ite missae.

Porque toda esa mierda sí que es el fin de los tiempos. Y parece que no va a acabarse nunca.

— Podéis ir en paz.
— Democracias, adiós.