26/3/13

Gürtel, EREs y en polvo te convertirás

Me pregunto si lo mejor de ser corrupto es el dinero que ganas o la cantidad de gente que conoces. Porque hay que ver qué catervas de implicados, cuánto cruce de correos, qué contactos molones, cuánto picnic y cuánta francachela.

Si yo tuviera tiempo, una camiseta a la moda, inversores y veinte años, mi start-up sería una red social llamada TrinkedIn. En solo seis grados de enlace, cualquier becario del cohecho nacional se sentiría hermanado one-to-one con la florinata de los lobbies yanquis, con los más selectos mafiosos rusos (esos que usan caviar sterlet como limpiametales y té de uranio como reproche), con Luis El Cabrón, Guerrero Nariz de Acero o el Duque del Periodo de Carencia.

Tal vez, dentro de todo corrupto que saquea las arcas públicas hay un alma solitaria necesitada de calor humano. Los trajes, las putas, el confeti, los aeropuertos peatonales, los palacios, las cigalas, Suiza y la farlopa son meros medios, no fines. Maneras tórpidas de buscar consuelo para algo que va más allá del humano sentimiento de angustia. Modos desesperados de sustraerse al vértigo —tan barroco y español— de saberse ínfimos, absolutamente solos ante la muerte y acosados por la nada.

El sic transit gloria mundi mete presión a los hiperactivos. Y cuando no tienen conciencia y los pones cerca de la caja los acontecimientos se precipitan. Pero, en una sociedad civilizada, que sean unos hijos de puta no es razón para no compadecerse y mostrarles la salida de su confusa aflicción y sus metafísicos quebrantos.

Según mis cálculos, una guillotina cuesta menos de lo que cualquiera de ellos gasta en un fin de semana de huída hacia delante. Y tengo entendido que en el infierno conoces a un montón de gente guapa.

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