30/1/15

Yo eras así


El narcisismo bien entendido empieza por uno mismo.
FERNANDO WULFF



Lo mío conmigo parecía que iba a durar toda la vida. Bueno, hay quien pensó que solo era una aventura, un aquí te pillo aquí te mato, un revolcón; pero yo estaba convencido de que había algo más y era bonito.

No digo yo que bebiera los vientos por mí —no había ceguera—, pero cierto es que me quise y me respeté cuanto podía un cabeza de chorlito.

Luego, un día, o más bien poco a poco, de muchas noches a muchas mañanas, empecé a encontrarme defectos. Ya no me hacía tanta gracia que se me durmiera un brazo en la cama. De repente me veía piel de pollo en el dorso de una mano. Una tarde me oía rematar mal una oración subordinada, con una dejadez de la sintaxis que auguraba otros derivados de la miseria intelectual y graduales mermas de la gracia. Otra tarde no se me ocurría nada que pensar y me estallaba en la cara uno de esos silencios que no saben dónde mirar que no haya ojos.

Un domingo, sin necesidad, me administré palabras de agua oxigenada en una duda abierta.

Y un día me mandé a la mierda sin el menor atisbo de ternura.

Estuve un tiempo sin hablarme. Me echaba de menos, pero no sabía si era peor no saber nada de mí o enterarme de cosas que no quería saber. Por unas o por otras tardé mucho en coincidir, darme la mano y preguntarme cómo estaba.

Cuánto tiempo sin verme.

Y el caso es que sin esfuerzo, con la descorazonada naturalidad de quien asa un cordero lechal que no ha matado personalmente, me acostumbré a tener conmigo una relación civilizada.

La vida ha seguido. Ya no hay amor, ni encuentra butaca la amistad, pero me deseo lo mejor. Y al fin no me incomodo.

Creo que estoy cerca de poder rehacer mi vida, sin lastres que ya no importan a nadie. Lo pasado, pasado. Sin rencor.

Aunque me haya comportado como un verdadero hijo de la gran puta.

27/1/15

Tengo mis dudas sobre la materia


Las cosas hechas con átomos complican mucho la vida. Tienden a caerse y se enredan mucho en todas partes. Además algunas gotean y otras pesan más de lo que una pereza cultivada puede asumir sin riesgo.

Las perchas, por ejemplo. Si su sino ineludible es sujetar la chaqueta colgando de la barra, ¿a qué viene cuando las coges ese afán de engancharse a todo, de pescar ojales ajenos con el garfio y extender el caos por el armario? ¿Es jugueteo? ¿Es protesta? ¿Es populismo? En cualquier caso es agotador.

Es como lo de Eróstrato, el pastor de Éfeso que el 21 de julio del año 356 antes de nuestra era incendió el templo de Artemisa para hacerse notar. Vale, aquello era una de las siete maravillas del mundo, no una camisa de Zara. Era otra cosa, pero no enteramente otra, porque ¿cómo no vislumbrar erostratismo en la actitud de las perchas, las cremalleras de las maletas, los sacacorchos, las mangueras, los carritos de supermercado? Tal vez no buscan fama a cualquier precio, pero algo traman. Y eso no es propio de moléculas ordenaditas y sujetas al concierto cósmico. Cada vez que pugno por arrebatar el faldón de la camisa que acabo de ponerme de las fauces de la cremallera del pantalón siento cómo la metafísica me echa el aliento en el cogote. Y encima llego tarde.

Sé que mis raptos de ira y abatimiento cuando las perchas o los cables están ganando la batalla denotan un resabio antropocentrista y un principio de manía persecutoria que no hacen justicia a mi reputación de hombre juicioso, pero es que no puedo con eso. Vale que te lleve la contraria algo con alma, algo con pelo y manías, algo sin toma de corriente ni precio. Hasta se agradece. Pero es un abuso que un palo con un ganchito te arroje a la cara toda tu insignificancia e ilumine la insondable soledad en que has levantado tu frágil choza personal con trocitos de angustia pintados de colores y virutas de certeza pegadas con lágrimas a hormonas disfrazadas de palabras. Sobre todo si has madrugado bastante para llegar a tiempo a un sitio donde tienes que hacerte pasar por listo y capaz de algo.

Sospecho que evitar meticulosamente el trato con cosas es la clave del liderazgo. No hay nada mejor para la autoestima que delegar los asuntos de la materia. Por eso a Luis XIV le limpiaba el culo un duque, y a las personas que tienen jerséis que no hacen bolitas y ordenan transferencias bancarias de pequeños principados montañosos a pequeños países tropicales les abren las puertas, les cuelgan las chaquetas y les quitan los pobres de delante con una porra.

Yo, como no soy de liderar nada, no pretendo escurrir el bulto. Ya me ocupo yo. Pero sí agradecería estar en condiciones de contratar fijo a un filósofo para que me ayudara a arrostrar la angustia cuando tengo que desatar el nudo ciego de un zapato para quitármelo y dormir. Y eso lo veo lejano.

Naces solo, te enfrentas solo a las perchas y mueres solo. Esa es la verdad de la vida. Y si puedes contratar al filósofo por horas, ya puedes darte con un canto en los dientes. Pero date tú, que nadie lo hará por ti.