Las cosas hechas con átomos complican
mucho la vida. Tienden a caerse y se enredan mucho en todas partes.
Además algunas gotean y otras pesan más de lo que una pereza
cultivada puede asumir sin riesgo.
Las perchas, por ejemplo. Si su sino
ineludible es sujetar la chaqueta colgando de la barra, ¿a qué
viene cuando las coges ese afán de engancharse a todo, de pescar
ojales ajenos con el garfio y extender el caos por el armario? ¿Es
jugueteo? ¿Es protesta? ¿Es populismo? En cualquier caso es
agotador.
Es como lo de Eróstrato, el pastor de
Éfeso que el 21 de julio del año 356 antes de nuestra era incendió
el templo de Artemisa para hacerse notar. Vale, aquello era una de
las siete maravillas del mundo, no una camisa de Zara. Era otra cosa,
pero no enteramente otra, porque ¿cómo no vislumbrar erostratismo
en la actitud de las perchas, las cremalleras de las maletas, los
sacacorchos, las mangueras, los carritos de supermercado? Tal vez no
buscan fama a cualquier precio, pero algo traman. Y eso no es propio
de moléculas ordenaditas y sujetas al concierto cósmico. Cada vez
que pugno por arrebatar el faldón de la camisa que acabo de ponerme
de las fauces de la cremallera del pantalón siento cómo la
metafísica me echa el aliento en el cogote. Y encima llego tarde.
Sé que mis raptos de ira y abatimiento
cuando las perchas o los cables están ganando la batalla denotan un
resabio antropocentrista y un principio de manía persecutoria que no
hacen justicia a mi reputación de hombre juicioso, pero es que no
puedo con eso. Vale que te lleve la contraria algo con alma, algo con
pelo y manías, algo sin toma de corriente ni precio. Hasta se
agradece. Pero es un abuso que un palo con un ganchito te arroje a la
cara toda tu insignificancia e ilumine la insondable soledad en que
has levantado tu frágil choza personal con trocitos de angustia
pintados de colores y virutas de certeza pegadas con lágrimas a
hormonas disfrazadas de palabras. Sobre todo si has madrugado
bastante para llegar a tiempo a un sitio donde tienes que hacerte
pasar por listo y capaz de algo.
Sospecho que evitar meticulosamente el
trato con cosas es la clave del liderazgo. No hay nada mejor para la
autoestima que delegar los asuntos de la materia. Por eso a Luis XIV
le limpiaba el culo un duque, y a las personas que tienen jerséis
que no hacen bolitas y ordenan transferencias bancarias de pequeños
principados montañosos a pequeños países tropicales les abren las
puertas, les cuelgan las chaquetas y les quitan los pobres de delante
con una porra.
Yo, como no soy de liderar nada, no
pretendo escurrir el bulto. Ya me ocupo yo. Pero sí agradecería
estar en condiciones de contratar fijo a un filósofo para que me
ayudara a arrostrar la angustia cuando tengo que desatar el nudo
ciego de un zapato para quitármelo y dormir. Y eso lo veo lejano.
Naces solo, te enfrentas solo a las
perchas y mueres solo. Esa es la verdad de la vida. Y si puedes
contratar al filósofo por horas, ya puedes darte con un canto en los
dientes. Pero date tú, que nadie lo hará por ti.
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