18/5/20

Ideolejía

En el verano de 1665 la peste se adueñó de Londres, y Samuel Pepys le dedicó unas pocas observaciones en su Diario. Son dispares. Algunas, oscuras e inquietantes como un cadáver atisbado en las sombras nocturnas de un callejón. Otras, tan claras y poco turbadoras como el apunte de un funcionario en un libro de registro. Las primeras están escritas con miedo, que da un negro más profundo que el carbón de pino del que procede la tinta china. Las segundas, con té negro, cuya escasa tintura moral da más miedo que el despertar del gigante asiático.
Una de las notas llama mi atención sobre las demás: «Septiembre, 3. Día del Señor. Me puse el traje de seda de color, que tiene gran prestancia, y mi peluca nueva, que no me atrevía a usar, porque la peste arreciaba en Westminster cuando la compré. Quisiera saber si las pelucas estarán todavía de moda cuando la epidemia termine: nadie osará comprar cabello en el temor de que pertenezca a cadáveres de apestados».
Reunir en una idea el horror insondable y la frivolidad más plana no está al alcance de todas las plumas, pero sí de todas las cabezas, y la mayor virtud de Pepys es dejar constancia de ese hecho universal con una franqueza indecorosa. Ahora que el SARS-CoV-2 se pasea por las calles del mundo con la desfachatez de Hitler en París y el sigilo de Fu Manchú en un fumadero de opio no debe sorprender que las pelucas y los muertos sigan mezclándose en las cabezas. Si se piensa, el tiempo de Pepys es poco más remoto que anteayer.
Dicen que los niños que fuimos siguen vivos en nuestro interior. Su crecimiento podría explicar por qué no nos abrochan los pantalones que compramos el verano pasado, si no fuera porque en las tiendas no queda harina. Dicen también que ese niño es una monada y que hay que cuidarlo porque en él reside lo mejor de nuestro ser. Y tal. Lo que no dicen los manuales de autoayuda ni los memes sin tildes que enmohecen las redes es qué tenemos que hacer con el tonto que cada uno de nosotros lleva dentro. Y si de algo podemos estar seguros en estos tiempos confusos es de que el niño y el tonto no están manteniendo la distancia de seguridad en nuestra mente, un espacio cerrado que, según la descripción de Jung, no tiene límite de aforo.
La discreción y la rectitud son, en días corrientes, prendas reservadas a las almas escogidas. Exigirlas en mitad de una pandemia sería ilusorio, pero cabe pedir un poco de prudencia verbal paralela a la profilaxis. Porque así como sin mascarilla podemos andar exhalando miasmas, sin recato en la opinión llenamos el mundo de aerosoles en los que viaja la tontería, que siempre afea, a menudo aturde y a veces mata. 
En lo que atañe a los aspectos sanitarios de este lío, será de agradecer que quien no sepa muchísimo sobre virus, epidemias, estadísticas, vacunas o medicina se lave las manos con frecuencia y se meta la lengua en el culo. En ese ámbito —no el rectal, sino el sociosanitario— deberíamos compartir una sola ideología: la confianza en la ciencia. Sugiero llamarla «ideolejía».
Sobre el resto de cuestiones y disciplinas en las que todos somos expertos —macroeconomía, geoestrategia, gestión de grandes movimientos migratorios, política fiscal en el marco europeo y elaboración de magdalenas— podemos discutir todo lo que queramos y dar rienda suelta al tonto que llevamos dentro sin que nadie acabe en la UCI. 
Y quien dice tonto dice «persona dotada de diversidad intelectual». Que cada cual llame al suyo como quiera. Faltaría más. Al fin y al cabo, al té negro los chinos lo llaman té rojo.
Aquí lo dejo. Voy a ver si paso de las musas al teatro una comedia en tres actos titulada «De la China mascarillas o El pangolín difamado». Y así no opino.

3 comentarios:

Telleznos dijo...

Rediooos! qué bueno eres Almendros, las coronas no hacen mella en ti
Y la dramaturgia pa cuando?

Juan Antonio Almendros dijo...

Merci, mon ami! Tal como hablamos, tengo hechas unas pocas páginas de andar por casa llevando a escena tontunas de aquí. No estoy muy convencido —y andaba dándole vueltas a cómo convertir la idea en videoteatro—, pero te las voy a mandar, a ver si te sugieren algo.

Anónimo valenciano dijo...

Me alegra volver a tus paginas. Un gran placer para la mente y una inspiración para el lenguaje. Oui Lulú C´est moi