30/11/14

Jodemos


Se nota que jodemos. Joder de fastidiar, no de practicar el coito, que eso ya cada uno. Y mola.

Se nota porque trinan, desbarran y despotrican. Unos como mala gente que son. Otros como gente que no puede o no quiere salir de Matrix. Y cuanto más vociferan más jodemos.

Les jode que jodamos. Cuanto más les jode más denostan, pero al denostar consiguen que seamos aún más los que jodemos. Porque se pongan como se pongan, lo primero que queremos es joder a los que nos han jodido. Que tomen valeriana como si no hubiera un mañana. Que se vayan a buscar la cagada del lagarto. Y que paguen.

Esta potencia electoral que tanto jode no tiene nada de asombroso. En su fuente de alimentación hay un núcleo indestructible que no es el descontento; es la venganza. Cuando el afán de castigar la desmesura es prioritario nada lo mata y todo lo engorda. A partir de aquí, el partido, la plataforma o la coalición son lo de menos. Si una herramienta deja de servir, inventaremos otra pitando, y joderá más.

Además les jode que haya sido de la noche a la mañana. Almas de cántaro. No se dan cuenta de que llevan sin darse cuenta y jodiendo tanto tiempo como llevamos nosotros palmando, rumiando y cogiendo carrerilla. Y ahora esto no hay quien lo pare.

Podemos es visto ante todo como una opción instrumental. Es el modo más rápido y seguro de conseguir un objetivo simple compartido por multitud de gente variopinta: apear a los que nos joden, a los que nos han jodido y a los que juegan a lo mismo aunque aún no estén jodiendo. Ya de paso, ventilar bien y barrer todos los rincones. Y luego ya veremos.

Es tan sencillo que el votante apenas necesita ver partido, programa y candidato. Si acaso, lo justo para saber que son demócratas, que son nuevos, que no son tontos y que no parecen mala gente.

La venganza, aunque esté mal vista, es pariente de la justicia, y es un pecado que tiene muchas virtudes cuando no media el arrebato. Por ejemplo, la eficiencia. De ahí que nada más verla reconociéramos a la Némesis que andábamos buscando: alguien que no debe obediencia a los dioses olímpicos, que quiere restaurar el equilibrio y que puede actuar deprisa. Somos legión los que no tenemos nada que perder o estamos a un filo de cuchilla de perder lo que nos queda. En tal tesitura, vemos a la diosa con alas, como los viejos romanos. Lo demás no importa.

Dénse por jodidos los que trinan y los que tengan algo que temer de la justicia retributiva. Salga el sol por Antequera y póngase por donde quiera.

Sí-se-jode. Sí-se-jode. Sí-se-jode.

5/11/14

Las palabras de entretiempo


Dieciocho grados en Dénia. Toca guardar las palabras de verano y sacar las de entretiempo.

En la costa de Levante el vocabulario de invierno se eterniza en el armario, y solo sale para viajar. Son palabras que uno tiene más en la maleta que en la boca. Y yo, que de unos años a esta parte viajo menos que el buzón de la Piquer, ya ni sé lo que tengo.

Biruji, por ejemplo. Qué desazón de orejas y qué ganas de caldo. Eso lo digo yo cuando voy en otoño a la sierra de Madrid. Y en esos días de febrero en que la sierra te apuñala como a un mameluco al doblar las esquinas en la Corte, cuando el gris te escarcha las lágrimas como si fuera la reina de Turingia y no hubiera un mañana, suelo referirme al cuchillo de Guadarrama. Así se ve que he leído a Lope, que siempre viste.

Otra cosa es la rasca. Yo apenas tengo ocasión de usarla. Es ese hielo universal e invisible que cae sobre el mundo y sus almas en los llanos de Castilla y de La Mancha, con más sigilo que misericordia, sin un soplo ni descanso, quebrando por igual la fe y los adoquines. Como si Dios se hubiera ido a un resort de Santo Domingo, dejando a sus corderos a merced de la entropía.

Pero no todo va a ser clima en la vida. También están las cosas que hacemos las personas. Por ejemplo, los imperios.

A mí imperio me suena a entretiempo. Es una cosa que puedes hacer en primavera y a principios del otoño, pero que en verano y en invierno da mucha pereza. Por eso había tantas vacaciones en las guerras antiguas, antes de que la máquina de vapor, el motor de explosión, la corriente continua y la publicidad nos volvieran a todos tan tontos como para creer que comer albaricoques en enero es un avance.

Honradez, en cambio, es una palabra más útil cuanto más calor o más frío hace. Para ser sueco o tuareg tienes que ser honrado y puntual, porque si las cosas no son como tienen que ser, te mueres. De frío, de calor, de sed, de lo que sea; pero te mueres. En cambio, a veintitantos grados uno se puede permitir el lujo de relajarse, y si se descuida, lo mismo carda que peina, lo mismo paga que no, lo mismo sabe que olvida, lo mismo cumple que no.

Esto no quiere decir que los del sur seamos más vivalavirgen por un determinismo de la Agencia Estatal de Meteorología. No. Sin los curas y los caciques que llevamos sentados en los lomos desde la protohistoria, que se nos agarran a los ojos para no caerse, podríamos haber sido otra cosa. A pesar del calorcito, del clarete y de la laxitud moral de los cuerpos en la siesta. Ni suecos ni tuaregs, pero otra cosa mejor. Claro que, de momento, hay lo que hay.

Yo ya no recuerdo si tengo honradez. Entre que en este reino los malhechores han conseguido que no encuentres el momento de usarla, y que cuando falta el dinero la penuria vuelve liviana la memoria y creativa la moral, no me acuerdo. Lo veremos ahora, cuando cambie el armario de las palabras. Pero no prometo nada. Al fin y al cabo, todo pueblo se vota a sí mismo.