3/3/12

Karma letal

Hay muchas personas que, cuando les señalas una estrella con el dedo, te huelen el culo para saber qué eres: hombre o mujer, de derechas o de izquierdas, catalán o madrileño, heterosexual o gay, rico o pobre, blanco o negro. Qué cruz.

Prefiero mil veces a los imbéciles, que miran el dedo, y punto. No sé si la naturaleza es sabia, pero está claro que tiene mucha experiencia. Quizá por eso obliga a los que tienen un sistema nervioso escueto a elegir entre descubrir la insondable belleza del universo y controlar su esfínter. Es la grandeza de lo vegetativo. La diferencia entre Montaigne y la baba. Lo que tiene que ser.

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais si no fuera porque suceden a diario y salen hasta en Yahoo: ejecutar hipotecas en llamas más allá de la dación; he visto Chollos-B brillar en la oscuridad cerca de la huerta de Valencia. Todo ese cemento no se perderá en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de actuar.

Pero sucede que si viajas en burro, no puedes esperar que el GPS te dé mucha conversación, y ahora no es tiempo de silencio. Para arreglar las cosas hay que apearse del burro. Ahora. Y me explico:

Nos están estafando, robando, maltratando, despreciando, ignorando, prohibiendo, devaluando, entristeciendo, matando; nos están amargando la vida con la precisión de un neurocirujano y la desfachatez de un soplagaitas; y nosotros, la mayoría, la gente —los que no somos banqueros ni magnates ni príncipes de la iglesia ni nada— seguimos engolfados con la pequeña diferencia, el tanteo de marcador y el miedo a ser equivalentes.

Este sistema moribundo, que como buen malo está rabioso, nos agrega como receptores de mentiras, como consumidores, votantes y contribuyentes, y nos disgrega como pueblo, porque así la soberanía no sabe donde residir y se rinde a los encantos de ese hotel de cuatro estrellas con olor a bajante que es el poder establecido.

Cuando las personas que se sientan a firmar papeles con una bandera detrás dicen que hay que acrecer la productividad, tienen razón. La cuestión es qué producir. Yo creo que tenemos que producir más unión entre nosotros, el estado llano, con menos gasto de etiqueta, costumbre y prevención. Hay que poner el horizonte enemigo allí donde van a parar los euros y las ilusiones que nos faltan. Y dejarse de pamemas.

A estas alturas de la historia, tengo más en común con un bancario de derechas que con un banquero de izquierdas, porque aquél y yo nos estamos yendo por el mismo sumidero. Y estoy más dispuesto a que me partan una ceja defendiendo el sueño de un mundo steineriano —en el que la Libertad rija la educación y la cultura, la Igualdad presida la justicia y la Fraternidad cimiente la economía— que a plantearme si puedo ser compañero de viaje de una monja. Puedo serlo, y bueno, si entre los dos paramos un desahucio. Y si viajamos en algo que, siendo sostenible, se mueva más aprisa que un buen burro.

No creo ser un instrumento del karma, que es una cosa cósmica muy personal de cada uno, pero a ratos se me llena la mano de leches con nombre propio. Sobre todo cuando me cuentan patrañas poniendo cara de sabio, metiéndome una mano en el bolsillo y tapándome la boca con la otra. Eso lo llevo mal, como casi todo el mundo, y de eso se trata: o nos unimos en base a esas indignaciones y criterios compartidos, o nosotros sí que nos perderemos en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

Cuando un sabio señala una mierda con el dedo los imbéciles miran la mierda. Y los islandeses el dedo. Viva Islandia.

No hay comentarios: