1/4/12

Por una Ley de Opacidad

Tener muy grandes los motivos obliga a hacer gala de una exquisita educación. Sin ese barniz, puede uno pasar por descortés. O parecer un estampado.

Así que intentaré mantener las formas.

Ahora que por fin tenemos una Ley de Transparencia me doy cuenta de que sería mejor una ley de Opacidad. Y no lo pienso por pensar. Tengo mis motivos.

En alguna parte de un estante alto de la librería que tengo detrás, Ortega y Gasset habla de la dificultad de ver el cristal cuando miramos un paisaje a través de una ventana. Se conoce que en su casa alguien que no era él limpiaba los cristales, y eso le dejaba a Ortega mucho tiempo libre para pensar en la razón vital, montar en descapotable y mirar paisajes. Me alegro mucho por él, la verdad. Y entiendo que superara el dilema racionalismo-relativismo con un pitillo en la mano. Pero me alegro más por mí, porque gracias a la metáfora del cristal lo veo todo más claro.

Tengo las orejas doloridas de oír hablar de cosas como la “gestión transparente”. Sé a lo que se refieren. Quieren decir que van a permitir que veamos objetos a través de sus cuerpos. Porque sus cuerpos serán transparentes.

No es que yo tenga un afán especial en verle el cuerpo, por ejemplo, a un subsecretario. Pero sí quiero verle la corporación, y en todo su esplendor o miseria. Porque tan importante como ver la información que maneja un gobierno —que afortunadamente es opaca, y por eso puede ser vista si nadie se empeña en ocultarla— es ver al gobierno gobernando.

Y es que el acto de gobernar es algo muy distinto a sus consecuencias mediatas, y a las ruedas de prensa de los viernes, ese club de la comedia diseñado por un muñeco de ventrílocuo depresivo. Diferente a todas esas cifras y palabras con membrete que hay antes, durante y después de un decreto.

Quiero archivadores transparentes en un Estado opaco con un gobierno opaco. Porque no me basta con ver presupuestos, informes y facturas. Quiero vérselo todo a los que nos gobiernan: los pasillos, las visas, las notas técnicas de los asesores, los sms, las visitas, los e-mails, los menús. Todo.

En cierto modo, lo que se hace siempre es fruto de cómo se ha hecho. Y tengo la certeza de que con esta ley nos seguiremos perdiendo lo más interesante: el making of de una película en la que nos jugamos a diario los derechos, los medios de vida, la autoestima, el medio ambiente y el próximo futuro.

Por eso quiero una Ley de Opacidad. Para ver los cuerpos como veo los objetos. Y, sobre todo, para saber de qué tamaño tiene los motivos cada miembro del gobierno.

Dicho sea sin presunción alguna de que sean malos o cosa parecida. Pero es que todos conocemos a alguien que es buena persona física pero como persona jurídica no vale nada.

También quiero tener lo que hay que tener para pensar en la razón vital mientras limpio los cristales. Pero eso es más relativo.

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