9/9/12

De Extraña vengo, de Extraña soy

Y mi cara serrana lo va diciendo, yo he nacido en Extraña, por donde voy.

La Penísula Ibérica se parece mucho a una señora de perfil que mira hacia Nueva York. Es una dama de nariz griega, barbilla puntiaguda y cara ancha que lleva una coleta pequeña y baja. Y yo vivo en la punta de ese apéndice capilar, mirando ora hacia Tarragona ora hacia Ibiza. O sea, que mi tierra y yo no miramos para el mismo lado. Pero eso es costumbre aquí.

Hace tres siglos, mientras se expatriaba a los moriscos desde puertos de levante —y se les obligaba a pagar el pasaje para plazas norteafricanas donde los recibirían a pedradas— buena parte de Extraña miraba hacia Madrid para saber cuánto dinero iba a ganar o perder con la expulsión de más de 300.000 vecinos.

Hace dos meses, mientras ardía Valencia —la extensión de 50.000 campos de fútbol— buena parte de Extraña miraba hacia Ucrania, porque allí estaba La Roja dándole patadas a una pelota para llevarse 300.000 euros por barba.

Y así todo el rato.

Digan lo que digan, la educación cumple con su cometido. Siempre han querido enseñarnos a mirar lo que no es, y hemos aprendido la lección. Aunque el prestidigitador sea torpe, fijamos la vista en la mano que distrae, no en la que escamotea.

Miramos el arte, no la rectitud; el beneficio, no el derecho; el piso, no la hipoteca; la novedad antes que la utilidad; el emisor antes que el mensaje; el Marca en lugar del BOE; los cojones, no la razón.

A los de mi generación ya no nos hacían la foto de escuela peinados al agua, con el plumier de madera y el mapa detrás, pero salimos igual de tontos. Porque mucho tiempo antes de Franco y treinta y siete años después de su muerte Extraña era y sigue siendo una unidad de destino en lo transversal: en lo que no es, en lo que parece, en lo que se dice por ahí, en lo que fue, en lo que ya veremos, en lo que depende.

Yo creo que esto era así incluso cuando la señora del mapa no miraba hacia Nueva York, sino hacia un sitio habitado por los indios Lenape, que, por cierto, en 1626, mientras le vendían a Peter Minuit la isla de Manhattan tenían los ojos puestos en lo que le iban a sacar a los holandeses, no en su futuro. Hoy sus descendientes tienen un par de casinos de chichinabo, pero siguen en pleitos con el estado de Pennsylvania por unas ventas de terrenos que se hicieron en 1737.

Sheldon Adelson, el promotor de Eurovegas, que también tiene casinos, no es indio, sino judío. Se tiñe el pelo, no corta cabelleras. Es más sospechoso de comprar políticos que de vender islas. Y prefiere los jets privados a los sindicatos. Pero todo eso es transversal a lo que verdaderamente importa. Hoy toda Extraña está en venta, y lo que sacamos los de a pie, que somos los propietarios, es pagar los gastos de notario y registro y perder terreno. Punto.

Así las cosas, si preferimos mirarle el placer a una edil de los montes de Toledo a ver cómo baja la cotización de nuestros derechos en las páginas salmón de la dignidad colectiva, nos merecemos una matrícula de honor, que Wert nos de un beso de tornillo y que nos corte el pelo el estilista de Esperanza Aguirre.

Me duele Extraña. Y cuando me arranco con una copla, al acento gitano de mi canción toman vida las flores de mi mantón.

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