Estoy cumpliendo años por encima de mis
posibilidades. Cuando te cambian las velitas de la tarta por un solo
cirio para que se vea algo de nata, llega el momento de hacer
recuento y de tirar lo que no sirve. Por lo menos esos zapatos que no
te pones nunca pero que da pena tirarlos porque qué pena tirarlos.
Pronto tendré cincuenta y dos años. A mi edad
Rimbaud ya llevaba quince muerto. Y María Zambrano había publicado
El hombre y lo divino.
Debo hacer algo. No digo yo lo que sea, ni algo grande. Estaría bien
hacer algo útil o hermoso, o ambas cosas. Pero bastaría hacer algo
normal.
Podría, por ejemplo, ganarme el pan, aunque
fuera con el pudor de mi frente, y traer a casa un salario; o
imprimir ritmo y melodía a virtuales rapiñas y cohechos para tener
una huella ecológica espeluznante. Tener y no tener. Los pobres
tienen angustia y los ricos no tienen vergüenza. Bien mirado, los
ricos carecen de muchas cosas que a los pobres nos sobran. Deberíamos
hacer donativos, además de atracar bancos.
Podría, si no, asociarme a un club ciclista y
desarrollar los gemelos por los arcenes de Extraña, en paralelo a
esas cunetas llenas de muertos prohibidos que dan tan buenas
amapolas. Y tan rojas. Darle al pedal, como si nada.
Podría, en fin, recomendar la lectura de los
Ensayos de Montaigne y callarme.
Pero de todo lo que podría hacer —y de todo
lo que debo hacer y no sé cómo— lo que más me gustaría hacer es
decidirme. No digo yo al buen tuntún, ni tras sesudas reflexiones.
Imagino algo más suelto, más casual
wear de
marca, más oportuno. Prudente,
pero no demasiado prudente. Bonito de ver.
Se dice pronto.
A decir verdad, con los años no he ganado en
sabiduría y bondad. Solo voy siendo más viejo y me llevo peor con
la materia. Pero, afortunadamente, no sigo teniendo las mismas ganas
que el primer día.
No, no es que tire las ganas en cuanto se les
nota el uso. Si hace falta, las llevo a que les cambien la
cremallera. Pero las cosas dan para lo que dan. Y tarde o temprano
hay que ponerse unas ganas nuevas.
Yo ya he tenido ganas acampanadas, pitillo,
rectas, cortas, largas y con vuelta. La mayoría, de estreno; unas
pocas, de segunda mano. Y con todas he experimentado la plenitud de
los cuadernos nuevos, la eufórica impresión de estar a punto de
hacer algo.
Ahora que voy a cumplir cincuenta y dos pienso
estrenar. Y arda Troya.