"Españoles, Bankia ha muerto."
@emiliolopez
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Viaje relámpago a Madrid para dar clase. Regreso en tren, con una maleta pequeña en la que apenas caben cincuenta años recién cumplidos. El sur de Valencia es un mar de arroz naranja.
Dentro del vagón atardecemos sin nigún lujo de detalles. Las madres, con viejas bolsas de H&M, pierden su empleo. Las hijas no encuentran uno. Los ecuatorianos sueñan que no vinieron. Yo pongo cara de saber adónde iré cuando el banco venga a por nosotros. Y todo así.
(Me pregunto si uno nace subprime o lo hacen.)
Ya en Gandía, pongo en marcha los dieciséis años diésel de mi tartana y emprendo el camino a Dénia. Quiero volver; siempre quiero volver. Pero no sé si a un espacio o a un tiempo.
Apago el motor y me bajo del coche justo donde alguien pintó con spray en el asfalto, frente a mi puerta, "TROSKY MARICA". Lo peor es la errata.
(Me pregunto qué quiere decir el GPS con eso de "ha llegado a su destino". Debe de ser el sentimiento trágico.)
El gato Borrón me recibe en la calle. Wippy, en el jardín. Porque mi activo tóxico tiene un jardín con buganvillas. Una higuera en tiesto que Carmen me regaló por San Juan cuando aún había pesetas. Murcianicas en flor. Salamanquesas y mirlos. Un jazmín. Y los días contados.
En estos años de saqueo y mentiras he tenido más miedo del que uno puede llevar en cabina. Menos autoestima de la que uno necesita para cambiar de postura. Vergüenza. Ansiedad. He tenido de todo menos la oportunidad de resistir el temporal con la certeza de que nuestra casa seguirá siendo nuestra, y la esperanza de que esto mejore. Porque siguen saqueando y mintiendo. Siguen contándonos que todos tenemos parte de culpa. Pero no. Como dicen Navarro, Torres y Garzón en Hay alternativas, no hemos vivido por encima de nuestras posibilidades; es que los salarios han estado por debajo de nuestras necesidades.
Puede que salgamos de aquí convertidos en deudores a perpetuidad, pero eso no es lo peor que puede pasarle a uno en una guerra. Y esto es una guerra sin pólvora.
Puede parecer un mal momento para emprender la segunda transición, pero es todo lo contrario. Los rusos hicieron su revolución en medio de la Gran Guerra. Aragón hizo la suya en plena Guerra Civil. Y ahora toca cambiar las cosas sin pegar un solo tiro: conquistar una democracia real, deshacer la plutocracia, hacer efectivos los derechos elementales, restaurar la honradez, agrandar y fortalecer lo público, asegurar una distribución equitativa de la renta... Habrá que hacer eso y más en plena crisis, porque si no, no saldremos de ella.
Hace 37 años el dictador agonizaba en una camilla de lata. Hoy es el capitalismo quien se muere en una hoja de Excel, y hay que construir lo próximo. Para empezar, la Economía del Bien Común.
Ahora sé que siempre quiero volver a un tiempo: el tiempo de los cambios posibles. Fue el de mis trece años. Es el de mis cincuenta.
Basta de miedo. Hay mucha tela que cortar. Y esto no es un activo tóxico: es mi casa.
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