De unos años a esta parte, fabricamos menos porvenir. Se habla poco de ello porque los economistas no miden el Futuro Interior Bruto.
Cuando yo era un niño, en los 60 y primeros 70, sabíamos a ciencia cierta que a no mucho tardar nos alimentaríamos con pastillas y gelatinas de colores, vestidos con esquijamas blancos y rodeados de cohetes y de solícitos robots que quitarían las pelusas por nosotros. Lo sabíamos por la televisión y por las películas, pero sobre todo porque estaba clarísimo. Lo más preocupante era que a lo mejor en un futuro muy lejano todo el mundo tenía la nariz muy chata a consecuencia de la polución atmosférica. También sabíamos que el día menos pensado nos podían hacer pavesas con una bomba atómica, pero tampoco era cosa de ponerse en lo peor.
Uno podía pensar en el mañana con la idea de que mucho se tenía que torcer la tarde para no ir a mejor. Eso era porque el porvenir estaba más o menos al alcance de todos. Y si estaba tan barato era porque se producía en grandes cantidades. Los españoles teníamos futuro hecho en España, que en general estaba bien pero era de talla única y un poco áspero. Por eso importábamos mucho, sobre todo de Estados Unidos. Y si aquí no nos llegaba ni para futuro nos íbamos a otra parte, a países como Alemania y Suiza, para cobrar más y labrarnos un porvenir. O algo. Como ahora.
En realidad, el futuro no se fabrica: se segrega, como la baba, y su volumen es inversamente proporcional a la cantidad de miedo y/o desilusión de la persona o el grupo que lo produce. Cuanto más confias en ti y en lo tuyo, más futuro haces, y viceversa. Ahora, con la crisis, hay escasez y el precio del mañana no para de subir. Cada vez son menos los que pueden costearse un futuro bonito, y la mayoría usamos uno comprado en el chino, que aprieta bastante y hace bolitas en cuanto dejas volar la imaginación. En el pecho, donde va la marca, no pone “futuro”, pone “fuduro”, pero es lo que hay. Peor es vivir de recuerdos, a juzgar por lo poco que venden los chamarileros.
Yo hace tiempo que me compro las camisas de segunda mano, en un mercadillo de cosas viejas. Son camisas buenas, pero baratas, muy baratas. A mí no me duelen prendas. Soy partidario de las cuatro erres: reciclo, reparo, reduzco y reutilizo. Y creo que uno puede ir al porvenir vestido como quiera. Pero algunos días no puedo evitar pensar que estoy afrontando mi futuro enfundado en el pasado de alguien que le quitó a su porvenir los celofanes, los papelitos de seda, los alfileres y los cartoncillos en un presente lleno de promesas y de renta disponible. Y me fastidia, la verdad. Porque la pobreza que se nos viene encima es mentira. Y los embaucadores que la fabrican, que son socios de los que nos meten el miedo, son los mismos que inventaron los mercados de futuros mientras se ponían los gemelos en una camisa nueva.
Mañana será otro día. Pero no podré evitar pensar.
7 comentarios:
Me encanta tu blog, Juan Antonio. Voy a seguirlo. !Qué lujo!
Lujo es tener lectoras como tú, querida. Se hará lo que se pueda.
Hola, que bueno!, t animo a intentarlo, será in placer seguirte. Por cierto, yo anadiria la r de resistir.
"Resistir" es un verbo con mucho futuro. Gracias por leer, amiga mía.
Beatriz: Que bueno Juan, blogs así son los que valen la pena.
Una buena lectura que no necesita foto alguna para tener una clara imagen de su significado, de la realidad.
Gracias Juan, ya me tienes como fiel Seguidora, pero no me cabe duda de que habrá muchos y muchas mas. Enhorabuena por el post, voy a seguir leyendo! :)
Fantástico regalo el que nos haces para empezar el año, hermano. Mil gracias por invitarme a compartirlo. Lo sigo con fruición y deleite.
Bienvenida, Beatriz. Me daba problemas la configuración de comentarios y no he podido responderte hasta ahora. Gracias mil.
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