"Me minavit, et adduxit in tenebras, et non in lucem."
Lamentaciones del Viernes Santo. Feria VI, In Passione Domini
Lectio secunda. Lamed. Matribus
Estuve una vez, de niño, en el Museo Nacional de Escultura, en Valladolid. Y me puse malo.
Yo, que soy muy de vírgenes monas de cuando
Isabel y Fernando —trigueñas, de mejillas sonrosadas, bonitos
mantos de colores y niños sanos en las rodillas—, me encontré,
sin comerlo ni beberlo, en un sitio muy bonito lleno de gente de
madera hecha polvo. Nadando en un mar de sangre seca, hematomas, ojos
vidriosos, lágrimas, livideces cadavéricas, dientes glaucos,
pústulas, venas abultadas, carnes macilentas, cadáveres,
entomologías de la corrupción, huesos y polvo.
Todo muy bien hecho, con los músculos en su
sitio, la lija fina y los damascos de oro, pero muy mal todo.
Supe algunos años después, a golpe de Revista
de Occidente en el autobús 27 de
Madrid, que las categorías sustanciales de la estética no son bello
y feo, sino bello y siniestro. Había experimentado años antes,
comiéndome unos huevos pasados por agua delante de un televisor en
blanco y negro lleno de flagelaciones y coronas de espinas, que a mí
con esas cosas se me revuelve el estómago mucho. Pero en Valladolid
me encontré desarmado y en peligro ante una orgía semiótica de lo
inciso contuso: eran mis desapercibidos doce años contra el barroco.
La cosa ha ido a más.
No tengo nada contra el fiambre. Me gusta la
mortadela. Amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como lonchas
de jamón. Pero tengo alergia a las culturas que anteponen la pompa
fúnebre a la de jabón, y vivo en una de ellas. Aunque ahora se note
menos, a los extrañoles nos pone lo agónico, lo que es capaz de
arruinarse y tiende a pasto de gusanos, lo efímero ansioso. Y nos
pone porque nos da bula para vacíar el cenicero del coche en plena
calle.
Como pueblo somos un tubo con una bocaza
ignorante en un extremo y, en el otro, un culo que se caga dentro.
Total, para lo que nos queda en el convento...
En el imperio no se ponía nunca el sol, pero en
ese culo demoledor no brilla jamás. Y en su orificio de tinieblas
anida el epítome de nuestra inepcia para la ciudadanía y la
construcción no destructiva. Es
llamativo que las mayores burbujas inmobiliarias sean infladas
por una caterva de barrocos amantes del derribo y la ruina evocadora.
Será porque sabemos que luego la burbuja se pincha y todo se va al
hoyo, y eso nos pone. Sic transit gloria mundi.
En fin.
Ya no se celebra el Oficio de Tinieblas por
Semana Santa. Es una pérdida estética, porque debía de ser muy
siniestro eso de irse quedando a oscuras en la iglesia hasta ponerse
a dar voces y hacer estruendo con carracas entre las sombras. Pero la
estética no lo es todo, y para qué seguir poniendo en pie la farsa
cuando el teatro negro lo llevamos dentro, de serie: somos barrocos
hasta en bermudas, estamos ciegos, andamos a tientas y cuando nos van
apagando los quince cirios uno a uno, esperamos hasta el último para
gritar como corderos.
Buena Pascua.
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