26/2/17

Vistalegre 2, cuarto izquierda

La unidad es una hermosura, porque gracias a ella reconocemos a cada ser como lo que es. Pensemos en Dios, por ejemplo. O, mejor aún, pensemos en un bocadillo de jamón. Sabemos que un bocadillo de jamón es un bocadillo de jamón por la íntima unidad de la loncha y las dos rebanadas que la envuelven. El jamón o el trozo de pan no son el bocadillo cuando andan solos por el mundo en su ruda libertad. Es verdad que aunque el pan no contenga nada, si está cortado a lo largo y en paralelo a la base de la barra, puede sugerirnos la idea de un bocadillo futuro o pretérito, pero el mapa no es el territorio: en tal caso no estaremos ante un bocadillo de jamón, sino ante el albur de una promesa o el vestigio de una profanación hipocalórica. Por su parte, el jamón solo nunca es un bocadillo; aunque sí una maravilla, todo hay que decirlo.

Sí, la unidad es chupi porque nos permite distinguir un bocadillo de jamón de Dios, o un berberecho de un partido comunista. Pero la indudable chupidad de la unidad no debe eclipsar el valor de la decena y el de la centena. Un berberecho está bien, pero diez están mejor. Y lo más interesante es que todo bivalvo es un bivalvo a pesar de que no hay dos bivalvos iguales. Eso lo hace la unidad. Pero en ocasiones unidad suena a callado estás más guapo, no queremos saber qué clase de berberecho eres tú. Es paradójico, porque en este mundo corpóreo, dile universo, dile Cuenca, la unidad requiere varios elementos cooperando para ser algo parecido a un ser. Como poco, dos. Y es difícil cooperar cuando no quieren saber que tú, mientras cumples disciplinadamente con las leyes de la física, de la evolución o de las urnas, sigues opinando que al pan del bocadillo habría que ponerle tomate. Una cosa es el acatamiento y otra la lobotomía. Una cosa es remar a compás y otra fingir orgasmos al ritmo que marque el cómitre.

Cuando se trata de grupos de personas, y especialmente de partidos políticos, yo, más que unidad, quiero cooperación. El pan con sus cosas de pan y el jamón en su papel de jamón trabajando juntos para convertirse en bocadillo. Esto quiere decir más juntarse que ser uno, y, sobre todo, significa operar, estar haciendo más que ser. Porque ser es útil para cosas como paladear, alcanzar el nirvana, llevar corbata o terminar en una lata rodeado de otros berberechos, pero la única forma conocida de ganar unas elecciones es estar, devenir y verse envuelto en el monumental embuste del samsara.

Con la humildad me pasa algo parecido. No es que yo quiera ponerle tomate a esa virtud tan cervantina, que aprecio en lo que vale. Es que, como todos los antiinflamatorios, tiene contraindicaciones. Vale que el conocimiento de las propias debilidades y la adecuación de la acción a ellas son indispensables para la política. Pero lo que tiene la humildad de sumisión y contención dentro de los límites del propio estado combina con el liderazgo como el chantillí con los berberechos. Más que humildes, quiero dirigentes prudentes.

Pero no puedo negar que “unidad, unidad” es un grito colectivo más eufónico que “juntamiento, juntamiento” o “cooperación, cooperación”. Ni se me escapa que en la caverna platónica que albergan muchas orejas izquierdas prudencia rima con moderación y reformismo. Muy en asonante, pero rima.

Qué le vamos a hacer. Con lo bonito que sería tener las orejas transversales, tomate listo para quien quiera ponérselo en el bocadillo y un gobierno del cambio en la Moncloa.

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