5/11/14

Las palabras de entretiempo


Dieciocho grados en Dénia. Toca guardar las palabras de verano y sacar las de entretiempo.

En la costa de Levante el vocabulario de invierno se eterniza en el armario, y solo sale para viajar. Son palabras que uno tiene más en la maleta que en la boca. Y yo, que de unos años a esta parte viajo menos que el buzón de la Piquer, ya ni sé lo que tengo.

Biruji, por ejemplo. Qué desazón de orejas y qué ganas de caldo. Eso lo digo yo cuando voy en otoño a la sierra de Madrid. Y en esos días de febrero en que la sierra te apuñala como a un mameluco al doblar las esquinas en la Corte, cuando el gris te escarcha las lágrimas como si fuera la reina de Turingia y no hubiera un mañana, suelo referirme al cuchillo de Guadarrama. Así se ve que he leído a Lope, que siempre viste.

Otra cosa es la rasca. Yo apenas tengo ocasión de usarla. Es ese hielo universal e invisible que cae sobre el mundo y sus almas en los llanos de Castilla y de La Mancha, con más sigilo que misericordia, sin un soplo ni descanso, quebrando por igual la fe y los adoquines. Como si Dios se hubiera ido a un resort de Santo Domingo, dejando a sus corderos a merced de la entropía.

Pero no todo va a ser clima en la vida. También están las cosas que hacemos las personas. Por ejemplo, los imperios.

A mí imperio me suena a entretiempo. Es una cosa que puedes hacer en primavera y a principios del otoño, pero que en verano y en invierno da mucha pereza. Por eso había tantas vacaciones en las guerras antiguas, antes de que la máquina de vapor, el motor de explosión, la corriente continua y la publicidad nos volvieran a todos tan tontos como para creer que comer albaricoques en enero es un avance.

Honradez, en cambio, es una palabra más útil cuanto más calor o más frío hace. Para ser sueco o tuareg tienes que ser honrado y puntual, porque si las cosas no son como tienen que ser, te mueres. De frío, de calor, de sed, de lo que sea; pero te mueres. En cambio, a veintitantos grados uno se puede permitir el lujo de relajarse, y si se descuida, lo mismo carda que peina, lo mismo paga que no, lo mismo sabe que olvida, lo mismo cumple que no.

Esto no quiere decir que los del sur seamos más vivalavirgen por un determinismo de la Agencia Estatal de Meteorología. No. Sin los curas y los caciques que llevamos sentados en los lomos desde la protohistoria, que se nos agarran a los ojos para no caerse, podríamos haber sido otra cosa. A pesar del calorcito, del clarete y de la laxitud moral de los cuerpos en la siesta. Ni suecos ni tuaregs, pero otra cosa mejor. Claro que, de momento, hay lo que hay.

Yo ya no recuerdo si tengo honradez. Entre que en este reino los malhechores han conseguido que no encuentres el momento de usarla, y que cuando falta el dinero la penuria vuelve liviana la memoria y creativa la moral, no me acuerdo. Lo veremos ahora, cuando cambie el armario de las palabras. Pero no prometo nada. Al fin y al cabo, todo pueblo se vota a sí mismo.


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