12/10/14

Homenaje a lavandera

Donde esté lavandera que se quite la bandera.

Lavandera huele a honrado jabón barato y cosa útil que se hace con las manos. La bandera huele a concepto de segunda mano que transfiere la renta hacia arriba.

Aunque, en honor a la verdad, la bandera es un tema bonito, porque no hay muchas cosas que puedan ser enarboladas, y enarbolar es una hermosura de verbo. Uno puede comerse un mantecado de Astorga, escribir un libelo contra los canónigos, construir un molino de viento o transmitir un virus tropical, pero no puede enarbolarlos.

Además, para enarbolar bien hay que tener nacionalidad o bando. Si no se tiene ni lo uno ni lo otro, a lo más que se llega es a llevar una bandera en la mano, con ese aire insustancial y carente de programa de quien lleva un paraguas o una ensaimada de Mallorca.

Pero ¿cómo sabe uno que tiene nacionalidad? ¿Es al tacto? ¿Por ventura hay que palparse? ¿Hay que fijarse en el idioma que uno habla? ¿Se induce del gorro que uno lleve en la cabeza? ¿Acaso basta mirarse el pasaporte?

Y en lo que concierne al bando, ¿a qué edad sale?, ¿requiere cuidados especiales?, ¿favorece con ropa ceñida?, ¿se puede cambiar de bando enarbolando una bandera?, y, sobre todo: ¿cómo puedo saber si soy de los nuestros?

La sección FUQ de mi cerebro está petada de preguntas así. Frequently Unanswered Questions. Quizá por eso no acabo de engrosar las filas de ningún bando. Aunque más lo achaco a que engrosar no es un verbo tan fino como enarbolar, porque igual que engroso unas filas puedo engrosar un cerdo o una oca, y a una palabra seria no se le pueden mezclar los ideales con las cosas de comer.

Tres cosas sí tengo claras: que enarbolo es un pedazo de primera persona del presente de indicativo, que el de lavandera es oficio más digno que el de abanderado, y que una nación casi siempre es un bando equivocado.

Los horizontes enemigos que se pueden determinar con un GPS son marcas blancas del poder. Y el poder no tiene patria. Esos símbolos que se enarbolan para decir yo soy de aquí son tiralíneas de trapo. Todos. Llámalo línea, llámalo frontera, llámalo H: un modo de saber qué eres y qué no por dónde estás o dónde te parieron. Un modo de decir yo sí, pero tú ya menos, porque eso que enarbolas tú no lo enarbolaría yo ni harto de vino. Un modo de estar entretenido y mirar para otro lado mientras te roban, robas, mueres o matas por motivos espurios.

Los verdaderos enemigos nacen en cualquier sitio, viven en cualquier parte, hablan cualquier lengua, se llevan bien entre ellos y son más de arengar para que se enarbolen cosas que de enarbolar ellos mismos, porque siempre están contando dinero y necesitan las dos manos. Es gente que amasa fortunas en vez de panes.

“¿España? España no existe. Es uno de mis Disparates puesto en pie en la noche de los tiempos”. Eso pone Carlos Rojas en boca de Goya en El Valle de los caídos. Si Cataluña es otro disparate o es el mismo, poco importa. Casta no hay más que una. Y a nosotros nos encontraron en la calle.

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