18/4/14

Orificio de Tinieblas

 

"Me minavit, et adduxit in tenebras, et non in lucem."

Lamentaciones del Viernes Santo. Feria VI, In Passione Domini
Lectio secunda. Lamed. Matribus



Estuve una vez, de niño, en el Museo Nacional de Escultura, en Valladolid. Y me puse malo.

Yo, que soy muy de vírgenes monas de cuando Isabel y Fernando —trigueñas, de mejillas sonrosadas, bonitos mantos de colores y niños sanos en las rodillas—, me encontré, sin comerlo ni beberlo, en un sitio muy bonito lleno de gente de madera hecha polvo. Nadando en un mar de sangre seca, hematomas, ojos vidriosos, lágrimas, livideces cadavéricas, dientes glaucos, pústulas, venas abultadas, carnes macilentas, cadáveres, entomologías de la corrupción, huesos y polvo.

Todo muy bien hecho, con los músculos en su sitio, la lija fina y los damascos de oro, pero muy mal todo.

Supe algunos años después, a golpe de Revista de Occidente en el autobús 27 de Madrid, que las categorías sustanciales de la estética no son bello y feo, sino bello y siniestro. Había experimentado años antes, comiéndome unos huevos pasados por agua delante de un televisor en blanco y negro lleno de flagelaciones y coronas de espinas, que a mí con esas cosas se me revuelve el estómago mucho. Pero en Valladolid me encontré desarmado y en peligro ante una orgía semiótica de lo inciso contuso: eran mis desapercibidos doce años contra el barroco.

La cosa ha ido a más.

No tengo nada contra el fiambre. Me gusta la mortadela. Amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como lonchas de jamón. Pero tengo alergia a las culturas que anteponen la pompa fúnebre a la de jabón, y vivo en una de ellas. Aunque ahora se note menos, a los extrañoles nos pone lo agónico, lo que es capaz de arruinarse y tiende a pasto de gusanos, lo efímero ansioso. Y nos pone porque nos da bula para vacíar el cenicero del coche en plena calle.

Como pueblo somos un tubo con una bocaza ignorante en un extremo y, en el otro, un culo que se caga dentro. Total, para lo que nos queda en el convento...

En el imperio no se ponía nunca el sol, pero en ese culo demoledor no brilla jamás. Y en su orificio de tinieblas anida el epítome de nuestra inepcia para la ciudadanía y la construcción no destructiva. Es llamativo que las mayores burbujas inmobiliarias sean infladas por una caterva de barrocos amantes del derribo y la ruina evocadora. Será porque sabemos que luego la burbuja se pincha y todo se va al hoyo, y eso nos pone. Sic transit gloria mundi.

En fin.

Ya no se celebra el Oficio de Tinieblas por Semana Santa. Es una pérdida estética, porque debía de ser muy siniestro eso de irse quedando a oscuras en la iglesia hasta ponerse a dar voces y hacer estruendo con carracas entre las sombras. Pero la estética no lo es todo, y para qué seguir poniendo en pie la farsa cuando el teatro negro lo llevamos dentro, de serie: somos barrocos hasta en bermudas, estamos ciegos, andamos a tientas y cuando nos van apagando los quince cirios uno a uno, esperamos hasta el último para gritar como corderos.

Buena Pascua.


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