4/2/14

Benito Perojo y diente por diente


"Hay lucha de clases, de acuerdo, pero es mi clase, la de los ricos, la que está en lucha, y vamos ganando." 
                                                      Warren Buffet


Una cosa es viajar en el tiempo y otra ir al pasado para quedarse. Lo primero es turismo; lo segundo, emigración. 

A este Gobierno de España le debe de gustar mucho la emigración, en el tiempo y en el espacio, porque la promociona todo lo que puede. Si no, que se lo digan al millón de vecinos que han sido idos el año pasado, con su maleta de plástico, a países donde no se habla con las manos. Si no, que nos lo digan a todos, los que se están yendo y los que nos quedamos, que vamos todos juntos hacia la Sección Femenina, la Gota de Leche, los grises, las purgaciones y el salario ínfimo interprofesional. 

En media horita estaremos allí, que esto va como un AVE. O, más que allí, entonces. Porque hay que ver qué leyes y qué cosas nos están echando por la espalda. Todo muy antiguo, pero de lo antiguo malo, no en plan Cortes de Cádiz, doctrina de la neurona o mantecados de Estepa. No se veía tanta caspa junta desde que rehabilitaron el guardarropa del Valle de los Caídos. 

Y mirando por la ventanilla de este tren de mierda que va marcha atrás tan rápido he pensado que ahora lo más de más del capitalismo no es la deslocalización, sino la desdatación. Porque llevarse toda una fábrica a otro país es un lío, pero trasladar el país donde está la fábrica a su pasado, con sus rentas de miseria, su hambre infantil y su miedo al señorito, es comodísimo. Para deslocalizar hace falta transportar muchas cosas. Para desdatar bastan unos cuantos decretos. 

Están los aires tan antiguos que últimamente he visto varias películas del primer Benito Perojo. Y me han parecido modernas. Mudas, pero modernas. Con ese montaje abrupto y esas gitanas pizpiretas de caracol en la frente, boquita de piñón y ojos formidables que siempre miran hacia los lados, porque en los 20 y los primeros 30 las mujeres atractivas miraban siempre a 90 grados, y los hombres de frente, entre volutas de humo; salvo los villanos, que miraban de soslayo y torvamente, entre volutas de humo. Las suecas atractivas, además, aunque no salían en las películas de Perojo, siempre tenían un hombro mucho más adelantado que el otro, como la Garbo, pero eso podía ser una secuela del frío que hace en su tierra o una aberración óptica producida por las volutas de humo. Qué importa ya. 

A la edad que yo tengo, cuando lo antiguo empieza a parecerte moderno y lo que crees moderno le parece moderno a algunos jóvenes de puro antiguo, una de dos: o la arteriosclerosis se ha convertido en accionista mayoritaria de tu criterio estético o la decadencia social está que se sale. O las dos cosas. 

Decadencia social es no engrasar la guillotina cuando alguien con coche oficial se refiere al Holocausto hablando del derecho al aborto. Es poner en duda la legitimidad de los ataques a las oficinas de bancos que mandan a la policía a sacar de su casa a empujones a un enfermo crónico discapacitado, esposado y sin zapatos. Es saber que uno de cada cuatro españoles está viviendo en la pobreza y no echar mano de un cuchillo de cocina grande y darle piedra. Es oír que a un bebé no lo han atendido en urgencias del privatizado hospital Marina Salud de Dénia —porque a sus padres, ambos en paro y ya sin cobertura médica, les faltaba el último papel kafkiano— y no amartillar la pistola. 

Será la arteriosclerosis, pero todo lo que está pasando me parece más antiguo que el cine de Benito Perojo. Y mucho peor. Porque las películas tienen autor, pero lo que nos están haciendo tiene culpables. 

En el día de hoy, 4 de febrero de 2014, en Dénia, y en pleno uso de mis facultades de ciudadano liberado a traición del contrato social, declaro abiertas mis hostilidades y proclamo, más allá de la exigencia de justicia, mi afán de venganza. Quiero que paguen en la misma moneda. Todos ellos. 

Benito Perojo y diente por diente.

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